viernes, mayo 22, 2009

COPIAPO, SEXTO ANIVERSARIO "Como los peregrinos de Emaús , hagamos camino junto a Jesús"

En este mes de mayo del 209, nuestra comunidad de Madrugadores de San Francisco, a cumplido seis años, en nuestro registros se encuentran los nombres de mas de 300 hombres que han madrugado con nosotros, muchos de ellos solo han asistido a un madrugada, otros han asistido desde que ingresaron a esta maravillosa corriente de vida, que cada día crece alrededor del mundo, dandonos impulsos para seguir en el camino del discipulado, para llegar a ser misioneros, de acuerdo con la Misión Continental preparada por nuestros obispos.
Los días 8 y 9 de mayo se llevo a cabo un retiro cuyo tema central era "Camino de Eamaus", se realizó en el camping de Bahía Inglesa, ya tradicional en nuestros eventos y que nos da la paz, y lejania para realizar unos maravillosos encuentros con los hermanos comunitarios.
El retiro se inició con una reflexión realizada por nuestro guía el Padre Maurizio Bridio, Parroco de San Francisco, el día viernes por la noche, para luego hacer silencio hasta el alba.
A las 5:30 horas nos levantamos para rezar el rosario del Alba, en la playa, y caminamos hasta la capilla de Bahía Inglesa, llamada Capilla de San Francisco, en donde a las 7 horas celebramos nuestra madrugada.
Luego se compartió un desayuno comunitario, para dar inicio al retiro, cuyo tema central era el Evangelio de Lucas 24, 13 -35

Reflexionemos:

Agradezcamos el que estemos hoy juntos aquí, y tener la oportunidad de reflexionar acerca de nuestra vida “como laicos”, y en específico de este estilo de vida particular que nos aporta la espiritualidad de los madrugadores.
Que mejor que partir con la escena de Emaús para contemplar y reflexionar acerca de nuestro ser, en ese caminar –que hoy todos continuamos haciendo-
Los discípulos “no veían” a Cristo ,“no es que no ven sino que viendo no ven”,
El verlo es parte de nuestro camino, al contemplarlo nos enamoramos de él y actuamos en consecuencia.


…Un peregrino va junto a nosotros, en cada parada, en cada silencio, en cada momento de Formación; Ese peregrino nos entrega su aliento para construir, para dar la vida… aunque bien sabemos que no somos dignos de recibirlo, ni mucho menos de su compañía, pero él está allí…nos acompaña…. Él nos ama…ES JESUS!!

Se abrieron sus ojos

En el atardecer del día de la Pascua, dos discípulos de Jesús caminan de Jerusalén hacia Emaús (Lc 24, 13 – 35). Discretamente, como por casualidad, Jesús se les une y se pone a caminar con ellos; pero ellos no le reconocen. Una imagen de la Iglesia: como los discípulos, también la Iglesia camina en compañía de Jesús, a quien no vemos.

“… a quien amáis sin haberle visto; en quien creéis, aunque de momento no le veáis, rebosando de una alegría inefable que os transfigura” (1 Pe 1,8)

En efecto, la Iglesia no se sostiene si no es por la fe. No vemos a Cristo, jamás le hemos tocado con nuestras manos, pero creemos en él. En Emaús, aunque no le reconocen, el Señor cambia la tristeza de los discípulos en una alegría que hace arder su corazón y les transforma en apóstoles.

Como el relato de los peregrinos de Emaús es nuestra propia historia, nos sentimos cerca de estos hombres, en su soledad y abatimiento. También nosotros conocemos momentos en los que la fe parece no ser más que piadosa fantasía, proyección nacida de nuestra imaginación. Y al igual que los discípulos, pocas veces comprendemos que precisamente en tales momentos el Señor está muy cerca de nosotros. La petición de estos discípulos debería ser siempre la nuestra: “Quédate con nosotros, Señor”. Cuando las tinieblas nos envuelven y la soledad invade nuestro corazón, háblanos, Señor, que nuestros corazones se encuentren, que una chispa de tu gloria nos ilumine y brille a través de nosotros. Y después de hacer esta petición, debemos escuchar sin la menor preocupación. La oración es, ante todo, un tiempo de quietud y de escucha para que Dios pueda comunicársenos, hablar a nuestros corazones y derramar en ellos la alegría que Jesús resucitado vino a traer.

“Conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos; pero ellos estaban cegados y no podían reconocerlo” (Lc 24, 14 – 16).
Los dos hombres del camino de Emaús están tristes. Preguntados por la causa de su tristeza, responden: porque Cristo ha muerto. No son incrementes, ni son hombres que nunca hayan oído hablar de Cristo o que, habiendo oído, hayan rechazado su mensaje. Al contrario, habían consagrado realmente su vida a Jesús de Nazareth, en cuya presencia habían encontrado una nueva certeza y a quien habían amado con sincero afecto. Un afecto que, sin embargo, tal vez había sido demasiado humano y demasiado falto de fe. Los discípulos de Emaús querían signos tangibles a los que agarrarse. Pero esos signos han desaparecido. Ahora que deben vivir únicamente de la fe, descubren cuán tristes es una fe que no llega hasta el final. Pueden enumerar con bastante exactitud los hechos concernientes a Jesús, pero es revelador que los hechos a los que se refieren sólo abarcan hasta el momento de su pasión y muerte. Cuando Jesús reacciona como si no supiera lo que había sucedido, comienza su explicación:
“¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que han pasado allí estos días? Él les dijo: “¿Qué cosas?” Ellos le dijeron: “Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo y a quien nuestros sumos sacerdotes y magistrados crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien liberara a Israel, pero ya hace tres días que sucedieron todas estas cosas” (Lc 24, 18 – 21).

Lo único que pueden hacer es repetir fielmente el relato de lo que le ha sucedido a Cristo: pero excluyen la Resurrección, y ahí está la diferencia. La fe sin la resurrección es una fe apagada, inquieta, desalentada, irreal. Por el contrario, la fe que incluye la Resurrección es totalmente diferente: positiva, llena de paz, de alegría profunda y de todos los demás frutos del Espíritu. Además, quien no cree en la Resurrección no se equivoca sólo con respecto al hecho de este misterio, sino también con respecto a todo cuanto lo precede, pues esta última frase de la vida de Cristo transforma todo lo anterior. La gran contribución de la exégesis moderna consiste en haber mostrado esta influencia de la Resurrección en todo el Nuevo Testamento, y de manera especial en los Evangelios. Su suprimimos los pasajes de la Resurrección de Cristo, lo único que nos queda es un libro muerto; un libro del que ha desaparecido la vida porque le hemos quitado su savia. El fundamento de nuestra fe es la Resurrección. Y si se toca este fundamento, la fe se hace triste y vacilante y deja de ser creíble. Las palabras de Pablo son inequívocas:

“Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también nuestra fe. Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres!” (1 Cor 15, 13 – 14.19).

La expresión “fundamento de nuestra fe” no significa que la Resurrección nos dispensase de creer. La fe en la Resurrección era precisamente lo que les faltaba a los discípulos de Emaús; por eso no encuentran en Cristo más que decepción: “Nosotros esperábamos…” Lo tenían todo perfectamente pensado: habían creído que aquel rabino de Nazaret iba a expulsar a los detestados romanos e iba a liberar a Israel de su humillante opresión; pero el papel que atribuían a Jesús, expresión de sus deseos, se lo habían inventado ellos. La fe no se representa nada por adelantado; la verdadera fe es abierta: la verdadera fe escucha, no inventa; recibe, no dicta ni ordena. La falta de fe real de los discípulos de Emaús muestra que su verdadera conversión está aún por llegar.

Nos queda una última reflexión a propósito del episodio de Emaús. En el mismo momento en que reconocen con alegría al Señor resucitado, aquellos hombres se sienten impulsados a volver inmediatamente a Jerusalén para compartir la Buena Noticia con los otros discípulos. Quien encuentra al Señor resucitado se transforma en apóstol que debe difundir el mensaje recibido.
. Pero ¿cómo podemos ser mensajeros de la Buena Noticia si nosotros mismos seguimos sumidos en la tristeza? Efectivamente, debemos abandonar en el Señor nuestros desalientos, debemos exponerlos al poder contagioso del Señor resucitado, para que sea él quien cure nuestras heridas y cree la comunidad reunida por la gozosa fe en la resurrección. "
Después compartimos un asado para celebrar nuestro aniversario
Pueden ver fotos en nuestro Album