Hermanos en Cristo, compartimos una reflexión preparada por nuestro Hermano Rodolfo Reyes
Paz y Bien
La Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua. Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo.
La Cuaresma dura 40 días; Miércoles de Ceniza (6 de febrero) y termina el Domingo de Ramos (16 de marzo), día en que iniciamos la Semana Santa. A lo largo de este tiempo, sobre todo en la liturgia dominical, hacemos un esfuerzo por recuperar el ritmo y estilo de verdaderos creyentes que debemos vivir como hijos de Dios.
El color litúrgico de este tiempo es el morado que significa luto y penitencia. Es un tiempo de reflexión, de penitencia, de conversión espiritual; tiempo de preparación al misterio pascual.
En la Cuaresma, Cristo nos invita a cambiar de vida. La Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma como un camino hacia Jesucristo, escuchando la Palabra de Dios, orando, compartiendo con el prójimo y haciendo obras buenas. Nos invita a vivir una serie de actitudes cristianas que nos ayudan a parecernos más a Jesucristo, ya que por acción de nuestro pecado, nos alejamos más de Dios.
Por ello, la Cuaresma es el tiempo del perdón y de la reconciliación fraterna. Cada día, durante toda la vida, hemos de arrojar de nuestros corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen a nuestro amor a Dios y a los hermanos. En Cuaresma, aprendemos a conocer y apreciar la Cruz de Jesús. Con esto aprendemos también a tomar nuestra cruz con alegría para alcanzar la gloria de la resurrección.
La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la Biblia. En ésta, se habla de los cuarenta días del diluvio, de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto.
En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo material, seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, seguido de pruebas y dificultades.
La práctica de la Cuaresma se remonta al siglo IV, cuando se da la tendencia a constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia. Conservada con bastante vigor, al menos en un principio, en las iglesias de oriente, la práctica penitencial de la Cuaresma ha sido cada vez más aligerada en occidente, pero debe observarse un espíritu penitencial y de conversión.
El triple programa del Evangelio
Nuestra palabra “penitencia” equivale a la griega “METANOIA” que significa cambio de mentalidad. El motivo que da el profeta a su pueblo es que Dios es misericordioso, y acogerá con amor a todos los que vuelven a Él, porque es “compasivo y misericordioso”.
Pero es el Evangelio el que más concretamente nos ofrece un programa cuaresmal-pascual:
La limosna o caridad, como símbolo concreto de mayor apertura al prójimo, con la caridad fraterna y social, corrección para nuestro siempre creciente egoísmo.
La oración como apertura a Dios, en la escucha de su Palabra, en la oración personal y familiar, en la participación más activa en las celebraciones de la comunidad cristiana, sobre todo en la Eucaristía.
El ayuno como símbolo del autocontrol que todos necesitamos, renunciando a tantas cosas superfluas, para que las principales encuentren un debido relieve en nuestro programa de vida.
Los tres ejemplos que nos pone Jesús se puede decir que resumen toda nuestra existencia: de cara a nosotros mismos, nos controlamos: de cara a los demás, nos comprometemos a una actitud de mayor solidaridad fraterna; y de cara a Dios, decidimos abrirnos más a Él y darle un lugar más central en nuestra vida.
Mi búsqueda de Dios
Felizmente el alma humana no puede vivir sin Dios, espontáneamente la busca.
Nuestro gran problema, pues, no consiste en buscar a Dios, sino en saber que hemos sido buscado y hallados por Dios.
Jesús nos conoce, me conoce, no sólo de cara y nombre, sino de alma, de estado de ánimo, mis preocupaciones, deseos, proyectos. Jesús me conoce a mí perfectamente, traspasa mi alma, sebe todos mis problemas.
Este es Cristo: camino que andar; verdad que creer, vida que vivir
(Palabras de San Alberto Hurtado)
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