miércoles, mayo 28, 2008

Copiapó, Retiro de Madrugadores, La fe y la vida, 23 y 24 de mayo

Unida a la vida

Unos de los problemas que plantea la postmodernidad y que, por tanto, nos afectan a nosotros, es la fragmentación de la vida. Es decir, muchos conciben la vida como departamentos independientes entre sí, de forma que a mí me puede ir muy bien en una faceta de mi vida y, sin embargo, fracasar en otra.

La pregunta es la siguiente:¿Es que puedo ser muy buena persona pero mal cristiano?

Nuestra vida no está fragmentada, sino que es una unidad. Por eso, si soy egoísta, lo soy en cualquier situación; si soy generoso lo soy en cualquier situación; si soy reflexivo y profundo lo soy en cualquier situación.

Unión entre oración y vida

Para muchos la oración y la vida son dos realidades paralelas que marchan por caminos distintos, de forma que si una va bien, la otra no tiene por qué ir igual. Sin embargo la oración y la vida se viven de la misma forma.

Por este motivo, si una persona es superficial, lo será en su oración y en su vida; si es profunda, lo será en su oración y en su vida; si es incapaz de centrarse en nada, lo será en su oración y en su vida. Por tanto, la calidad de mi vida depende de la calidad de mi oración y la calidad de mi oración depende de la calidad de mi vida.

Esto tiene una consecuencia inmediata muy importante y es que no podemos resolver los problemas de nuestra oración, ni crecer en la vida de unión con Dios sin resolver nuestro modo de vivir, de trabajar, de convivir.

Un planteamiento serio de la oración nos debería llevar a plantearnos en serio nuestra vida. Es imposible que madure en mi oración si no maduro en mi vida.

La oración es tan importante como la vida

Hay todavía en la conciencia de muchos cristianos la idea de que la oración es lo más importante. Sin embargo, se hace poco hincapié en que la forma de vivir, las actitudes que tengo... repercuten en mi oración. Se cuida la oración para vivir como creyentes, olvidando que tengo que cuidar mi vida para que mi oración sea más profunda.

Por eso, muchos caen en el error de pensar que la santidad es un privilegio de unos pocos y que ésta se consigue desde una vida de oración intensa.

La oración es el termómetro de la vida y la vida es el termómetro de mi oración.

La vida no debe ser obstáculo para acercarme a Dios

No es raro encontrar personas que piensan que los únicos momentos que me acercan a Dios son los momentos de oración. Y, en cambio, los momentos de trabajo se ven como obstáculos para la oración.

A veces se dice ”voy a un retiro o a la oración a recargas las pilas”. Es como si fuésemos a recargar la gasolina que luego se gastará en la vida diaria.

Pensar así no es cristiano porque contempla la vida como un lugar de desgaste o, lo que es peor, como que no me acerca a Dios. Y, una vez más hay que recordar que el único criterio de autenticidad de nuestra vida cristiana y de oración es el amor. Lo que me aleja o me acerca a Dios no es, por tanto, la vida, sino el sentido bueno, malo o inexistente con que yo hago las cosas.

Exigencia de la fe y sus consecuencias

La fe implica una relación interpersonal con Jesús de tal manera que en tanto hay fe en cuanto se da esta adhesión a la persona del Señor y esta aceptación de Cristo como norma decisiva de la propia existencia. Por tanto, la oración es la expresión de la fe.

Por este motivo, el problema de la oración nos lleva al problema de la fe. Y el problema de la fe, ¿a dónde nos remite? A la vida.

“Se dice que no hacemos oración: pero es que lo extraño sería que la hiciéramos viviendo como vivimos. Por esto hay que decir: mientras no se resuelva el problema de nuestra vida no se resolverá el problema de nuestra fe; y mientras no se resuelva el problema de la fe no hay que pensar que vayamos a resolver el problema de la oración”

Por eso, el problema de la oración se debe fundamentalmente a un problema de vida.

Transforma la vida

La persona que cuida la oración y la vive de forma auténtica, necesariamente es transformada por Dios. Toda su vida cambia y se va asemejando cada vez más a la semejanza que el hombre tiene de Dios.

Es como el refrán : “Dime con quien andas y te diré quien eres”. De la misma forma, quien anda con Dios, se asemeja con Dios.

Sin embargo, esta transformación no es algo rápido. Es más, no podemos acudir a la oración pretendiendo un cambio radical de nuestra vida: pasar de deprimidos a animados, de egoístas a generosos, de dubitativos a seguros en la fe. No, la oración no transforma a la persona de forma instantánea, sino lentamente.

Dios va transformando, pero cuando y como él quiere, no cuando nosotros queremos. A veces ocurre que acudimos a Dios como si fuese un medicamento milagroso. Buscamos resultados inmediatos : tranquilizarnos, resolver alguna duda, para que me ilumine antes de la homilía y me salga bien. Dios es algo más que eso.

Todos tenemos la experiencia de haber acudido a la oración buscando algo en concreto y haber salido exactamente igual que como entramos. La oración no es una medicina.

CONCLUSIÓN

Todos hemos escuchado que la oración es importante, que es fundamental... pero desgraciadamente no nos hemos dado cuenta hasta donde es importante porque la triste realidad es que todavía oramos poco. Y, lo más triste es que en el fondo oramos poco, porque Dios nos importa poco. Le podemos dar las vueltas que queramos. Al final, lo cierto es que la crisis en la oración está acompañada de una crisis de Dios.

Por eso, en relación con el tema de la oración, lo de menos es darle vueltas al tema y quedarse en propósitos que luego mueren. Es urgente que nos planteemos nuestra oración, como es importante que nos planteemos en serio nuestra vida si queremos crecer en esta unión con Dios.

PREGUNTAS

1. ¿ Cúales problemas actuales me obstaculizan una vida de oración y una espiritualidad más madura?

2. ¿De que manera mi oración “ilumina” los aspectos más doloroso y problemático de mi vida?

3. ¿Qué es lo que más me impide orar?




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